La inolvidable Institución Libre de Enseñanza nació, en gran parte, como respuesta ante la intolerancia católica. Algunos de sus fundadores (Azcárate, Nicolás Salmerón, Giner de los Ríos, González Linares…) habían sido expulsados de sus cátedras por el decreto del integrista católico Orovio el 26 de febrero de 1875.
Lamentablemente, la historia de España ha avanzado lastrada por la intolerancia religiosa.Así, en 1884 el cura Félix Sardá y Salvany publicó “El liberalismo es pecado”, páginas que fueron jaleadas desde los púlpitos. Y no debe extrañarnos si recordamos las condenas papales a la democracia, el socialismo, las libertades, la masonería…Poco después, el maridaje de la iglesia católica con los terratenientes, caciques y adinerados, constituyó un ingrediente del cóctel que explotó en la Semana trágica.
También bramaron los obispos contra la libertad de cultos del gabinete de José Canalejas, y se agitaron sotanas y escapularios por una real orden que permitía signos externos de religiones no católicas. Desde altares y confesionarios se enardecía a los ciudadanos y hasta se sucedían amenazas de guerra civil.Y qué decir de los años tenebrosos del nacional catolicismo cuando un dictador de manos chorreantes de sangre entraba en los templos bajo palio.
Mientras, miles de ciudadanos consumían su vida en el exilio, tras los barrotes oxidados de las cárceles o en el recuerdo devorador de sus parientes desaparecidos, tal vez pudriéndose bajo los secarrales anónimos de nuestra atormentada España.En aquella nación “católica por la gracia de Dios”, miles de familias vieron partir a los suyos hacia un viaje sin retorno… eso sí, en nombre de la religión, la patria, y todas esas mentiras que sirven de bálsamo a las conciencias canallas.
Por fortuna, la sociedad ha evolucionado y podemos afirmar con esperanza que la religión puede ser un elemento de pluralidad, siempre que evitemos su condición de pretexto para imponer intereses viles. En este sentido, la anunciada ley de libertad religiosa y conciencia se presenta como un poderoso instrumento para enterrar bajo siete lápidas los desastres religiosos que tanto dolor han sembrado en nuestro país.
Para esto resulta necesario crear espacios públicos de neutralidad religiosa, lugares donde el símbolo de una fe no prevalezca sobre las libertades democráticas. Así, es de encomiar el propósito del Gobierno en la referida normativa para suprimir los símbolos religiosos de los espacios comunes, como hospitales, cárceles, cuarteles, colegios públicos, etc.En esta línea parece muy acertado erradicar el matiz religioso de los actos públicos, como funerales de Estado o tomas de posesión de cargos de la Administración.
Obviamente urgen disposiciones claras para evitar que sean los jueces quienes hayan de mediar en polémicas sobre la libertad religiosa, así como un articulado que regule de modo preciso la objeción de conciencia y, no menos importante, los derechos de quienes no profesan religión alguna.¿Cuál será la reacción católica? Imagino que su inercia los llevará a concebir el pluralismo como una amenaza antes que como un elemento enriquecedor.
Siempre consideraron la libertad religiosa como un peligro para sus dogmas, pero frente al dogmatismo siempre han de prevalecer la libertad y la razón.Avanzamos, por tanto, hacia un modelo de Estado impregnado de laicidad, donde las distintas religiones forman un factor de enriquecimiento pero no de enfrentamientos fanáticos, y donde el sentir religioso ha de ser ejercido en el ámbito íntimo, allí donde de verdad anidan los más auténticos sentimientos.
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor www.gustavovidalmanzanares.blogspot.com
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